Breve elogio de Benjamín Franklin y otros escritos entrega al lector páginas llenas de ingenio, sabiduría, sentido común, agudeza, optimismo y no poca erudición y sarcasmo que invitan a descubrir la complejidad y riqueza de una obra central en el desarrollo de nuestra imaginación literaria.
Recuerdos de El Chamberín, un extenso e infrecuente poema sobre tema charro, es en realidad una suerte de preludio y coda de la gran novela mexicana que Luis G. Inclán (1816-1875) abordó en las páginas de Astucia, su única novela.
En este libro se aprecia con nitidez el deseo de dotar a la joven república de México de un orden racional y justo, en medio del enorme caos político, económico y social que acompañó su nacimiento y construcción como nación.
La trama de esta novela, la única de la que se tiene registro en la amplia obra de Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895), se desarrolla en París en un balneario pasado de moda, y su acción detalla la cadena de amores de la joven y sensual Magda, una de las miles de comediantas que dieron vida al teatro francés a mediados del siglo XIX.
Testigo privilegiado de la serie de reformas administrativas que la corona española promovió en sus posesiones, así como un agudo observador de la realidad, Villarroel compuso en estas páginas una legítima carta de su identidad americana.
El siglo XIX mexicano resulta inimaginable sin las narraciones, crónicas y ensayos de Manuel Payno (1808-1894), y en este volumen los tres géneros están presentes.
Esta obra reúne las dos novelas cortas que el poeta José Joaquín Pesado (1801-1861) dio a conocer en 1838. En ambas narraciones, los designios de la providencia invaden toda la escena, en lo que sus desapercibidos y resueltos personajes avanzan y se revuelven en un cruel laberinto de sentimientos intensos y estrictas potestades.
Escrita originalmente en latín -Joaquín García Icazbalceta la tradujo en el siglo XIX-, esta obra nos ofrece un recorrido único por las calles de la ciudad conquistada.
Típica composición del barroco, La prueba de las promesas ratifica el alto honor que Moliere le confirió a su autor, Ruiz de Alarcón, nombrándolo el creador de la comedia moderna.