1872. Apolonio Mancuso, un experto sangrador y sacamuelas, ve con impotencia cómo su pueblo se inclina por los servicios de los jóvenes dentistas que acaban de llegar. Empeñado en mantener su oficio y con una extravagante idea entre manos, se dirige al puerto de Antofagasta. Allí espera que la gente descubra las bondades de su nuevo invento: el primer taladro dental de la región. Con la ayuda de u...