La obra destila un sentido del humor negro, con apuntes de surrealismo, que huye de los clichés. Una visión cruda y sin tapujos de la maternidad alejada del modelo tradicional.
Santi Giménez nos ofrece un retrato de un periodismo ya desaparecido, de la amistad y de la épica del perdedor en una novela que conmueve, duele y, a veces, te arranca una carcajada.