Aun cuando la vida de Tsvietáieva está marcada por la tragedia, su poesía es extraordinariamente vitalista. “No amo la vida como tal, para mí comienza a significar algo, esto es, a tener sentido y peso, sólo transfigurada en arte”, confiesa la poeta rusa. Para ella, la poesía es una celebración de la vida, movida por el amor, una serie de transfiguraciones del yo del poeta, estructurada en ciclos líricos, concebidos como figuras fractales, y desarrollada mediante libros de carácter arborescente, de enredadas raíces y enmarañadas ramificaciones.
Los personajes, en sabia alternancia de puntos de vista, revelan los conflictos entre dos patrias, dos lenguas, dos familias; las cadenas del miedo y la culpa; el amor lacerado por las contradicciones; y el desarraigo último y primero, el feroz sino de ser extranjeros. Casas y jardines, cartas y diarios, fotos y viajes, secretos y mitos familiares son esenciales en estas páginas. El viejo reloj de bolsillo del bisabuelo que sobrevivió a la derrota de Napoleón en Rusia, eje fundacional de una familia, se empeña para que su bisnieto viaje a América. Se entretejen así los hilos de las historias íntimas con los trazos históricos de diferentes épocas.
Más allá del destierro que enmarca la narración, la novela nos revela su vocación de homenaje construido desde el amor, la memoria y la escritura. Un tributo a la vida y muerte de Bruno Cattaneo, el joven calabrés que emigra a Colombia a los dieciséis años, se convierte en vendedor de telas en un perdido pueblo de la cordillera, vive casi una centuria y conquista un amor por la vida capaz de redimir todas las vicisitudes, todos los destierros.
Este libro recupera al pueblo revolucionario, a la bola, que vio su vida transformarse desde finales del Porfiriato hasta el momento en que el presidente Ávila Camacho anunció que la revolución había concluido