Nabokov satiriza aquí un mundo que a él, como emigrado, le tocó sufrir, y pocas veces se le nota tan desenvuelto, tan feliz en el acto mismo de escribir, tan capaz de transmitir el placer que, a pesar de los pesares, le daba el simple hecho de estar vivo.
Mi padre era un computador y mi madre una máquina de escribir», apunta Alejandro Zambra en las primeras páginas de este libro de relatos, que bien puede leerse como una novela, o como once breves novelas archivadas en la carpeta Mis documentos. A veces parece que hablara un mismo personaje, trasunto del autor, que recuerda sus desventuras como estudiante y como profesor, o que registra su malhumorado intento de superar el tabaquismo («Qué cosa más absurda, realmente: querer vivir más. Como si fuera, por ejemplo, feliz»). Pero la ilusión de una vida propia, fomentada por la famosa carpeta de Windows, se rompe pronto: los documentos de uno son, en el fondo, los documentos de todos, parece decirnos Zambra, en especial si se habita un país que necesita indagar en el pasado. Con el fino sentido de la ironía y la precisión que ya le conocemos, con humor y melancolía, con espíritu paródico, con aliento lírico y a veces con rabia, Alejandro Zambra traza la anodina existencia de unos hombres que se repliegan en una idea antigua de la masculinidad, o el tránsito de unos seres pendulares que apuestan sus últimas fichas al amor. La incesante búsqueda del padre, la obsolescencia de objetos y de sentimientos que parecían eternos, el desencanto de los jóvenes de la transición («La adolescencia era verdadera. La democracia no»), la impostura como única forma de arraigo, y la legitimidad del dolor, son algunos de los temas que cruzan este libro. Mis documentos muestra a un autor que consolida y proyecta hacia lugares nuevos el personal estilo forjado en Bonsái (descrita por Junot Díaz en The New York Times como «un puñetazo en la mandíbula»), La vida privada de los árboles («Una obra sorprendentemente entera y resonante», según The Complete Review), y Formas de volver a casa, una novela sobre la cual la crítica ha sido elocuente: «Un magnífico lenguaje, a la sombra de Carver: precisión, tristeza, crueldad, ternura» (Joaquín Arnáiz, La Razón); «Una de las mejores novelas chilenas en mucho tiempo» (Tal Pinto, The Clinic); «Formas de volver a casa eleva a Zambra al lugar de los escritores vivos que simplemente debemos leer» (Clancy Martin, Bookforum); «Un talento asombroso» (Adam Thirlwell, The New York Times Book Review).
La presente reedición viene acompañada de dos textos, del crítico británico James Wood y la escritora chilena Alejandra Costamagna, que sirven como testimonio de la aceptación crecientemente entusiasta que ha cosechado la trayectoria de Alejandro Zambra por parte de la crítica internacional y de la admiración que suscita entre sus colegas una carrera merecedora de premios muy destacados.
En Rob Fleming té una botiga de discos antics tronada però cool on només ven la música que li agrada a ell. I només vinils, és clar, encara que el negoci, destinat a un públic de col·leccionistes de frivolitats molt seriosos, està sempre a punt de fer fallida. I ara, a més, la Laura l’ha deixat. És perquè en Rob s’entossudeix a perpetuar l’adolescència fins a la decrepitud? O bé –això creu ell– perquè la seva col·lecció de discos i la de la Laura són incompa- tibles? En Rob es refugia en la companyia d’en Barry i en Dick, els seus inefables còmplices a la botiga, i junts fan innombrables i molt masculines llistes dels top del pop: les cinc millors pel·lícules, en què sempre hi ha Reservoir Dogs, els cinc millors capítols de Cheers i les cinc millors cançons d’Elvis Costello... I també comença a sortir amb la Marie, una cantant americana. Sembla que finalment farà realitat un dels seus somnis, tenir una nòvia amb un contracte discogràfic, però llavors reapareix la Laura. I en Rob aviat començarà a fer-se preguntes de difícil resposta sobre la família, la monogàmia, l’amor, el desamor i la maduresa. Pot ser que a la fi descobreixi que també hi ha vida, i música, després de l’adolescència?
Las manos pequeñas se encuadra en esa selecta nómina a la que pertenecen títulos como Los chicos terribles de Cocteau o El Señor de las Moscas de William Golding, retratos sin complacencias de la infancia, conmovedores e inquietantes por igual, tan bruscos como líricos, a imagen y semejanza de esa etapa de la vida que Sartre denominó «la edad de la violencia». Marina, de siete años, recién ingresada en un orfanato tras la muerte accidental de sus padres, se convertirá para todas sus compañeras en la admirada y la excluida, en la pauta que permitirá medir la vida que no se ha tenido y en el final del paraíso de la ingenuidad. Como en la vida, el dolor de amar lo que no se comprende se solapa con el sufrimiento de no pertenecer al grupo, hasta que la imaginación crea estrategias para sobreponerse a la realidad e inventa el juego. Un juego que solo podrá ser jugado seriamente, con la violencia con la que solo se juega en la infancia. Una breve e intensa novela que vino a confirmar el pronóstico de Rafael Chirbes en Letra Internacional: «Para mí Barba se ha vuelto un escritor imprescindible.»