Hay en esta narración un importante precursor de la novela mexicana. Aquí se cuentan los pormenores e insólitos infortunios de un viaje alrededor del mundo en el siglo XVII, cruzado por peligros y acechanzas inimaginables.
Con la habitual inconstancia que caracteriza a los mejores diarios, Altamirano compiló varias decenas de cuadernos con sus actividades y reflexiones cotidianas, sus numerosos miedos y achaques y sus contados entusiasmos, siendo los más notables de todos los que llevó cuando se desempeñó como cónsul en París, en los que serían los últimos años de su vida.
En las páginas de Lecciones a un periodista novel habla el testigo privilegiado de los acontecimientos, el moralista implacable, el irónico periodista y la figura pública cargada de años y melancolía.
En las páginas de Clavijero respiran tanto el optimismo que más adelante inspiraría la independencia de México así como la lengua –la nueva lengua– en la que con el tiempo habrían de expresarse todos y cada uno de los habitantes de México.
Se trata de la crónica personal de una fantástica ronda nocturna por la ciudad de México, tocada por la magia, la ironía y lo más efímero de todo: la actualidad, hasta cerrar en un animado Coloquio de los Muertos.
Obra sin duda de su tiempo -señalado por una manera singular de sentir y decir: el barroco-, escrita incluso a contrapelo de una sociedad que a fin de cuentas fue avara con ella, la poesía de Sor Juana en realidad pasa por encima del tiempo y vive con una frescura y excepcional provecho en las manos de cada lector.
Aquí, Castera define las dimensiones de su narrativa: “Como soñador, soy el primero que sufro cuando el realismo me obliga a descubrir escenas que no quisiera ni pensar; refiero lo que me ha sido referido; no invento, copio; no hay en esto fantasía, hay realidad profunda”.
EI teatro que se realizó en la Nueva España durante tres siglos recorrió los mismos caminos que los de la península: del Renacimiento al neoclasicismo, pasando por el incomparable momento barroco que representa el Siglo de Oro. A pesar de su desarrollo paralelo con la metrópolis, la literatura dramática novohispana fue incorporando las realidades humanas y sociales que configuraron una personalidad propia en los corrales y coliseos virreinales.