Durante mucho tiempo se ha definido a la persona sin hogar casi exclusivamente bajo un perfil estandarizado: un hombre de entre 40 y 60 años, con adicciones y problemas de salud mental, víctima de rupturas familiares y que vive en la vía pública, en alojamientos de fortuna (cajeros, portales, etc.) o en la red de albergues. Sin embargo, ese perfil no respondía a la lógica de la desigualdad socioec...