“Ahora, Ana Luisa estaba muerta y Quirarte prisionero. Aparte del creciente dolor en la espalda y en las articulaciones, al profesor le preocupaban la falta de alimento y la posible deshidratación. Sobre todo le preocupaba que si no lograba salir pronto de allí, esa maldita caseta de plástico iba a convertirse en su ataúd.”