Con la habitual inconstancia que caracteriza a los mejores diarios, Altamirano compiló varias decenas de cuadernos con sus actividades y reflexiones cotidianas, sus numerosos miedos y achaques y sus contados entusiasmos, siendo los más notables de todos los que llevó cuando se desempeñó como cónsul en París, en los que serían los últimos años de su vida.