La Revolución de Terciopelo de 1989, al liberar a los checos del comunismo, legó a Europa una joya equiparable a ciudades como Roma, Ámsterdam y Londres. No sorprende que Praga reciba hordas de visitantes y que, en pleno verano, uno tenga la sensación de estar compartiendo el puente Carlos con media humanidad. Pero ni siquiera las aglomeraciones pueden apartarle a uno del espectáculo de un puente ...