Buenos Aires, 1871. Aunque la prensa se niegue a reconocerlo y el Estado a hacerse cargo de la situación, la epidemia de fiebre amarilla es una realidad. No debería ser una novedad en una ciudad en la que la mayoría de la población, en buena parte inmigrantes, vive en conventillos precarios, sin agua potable y rodeados de basurales. Por miedo, o por desconocimiento, pocos son los médicos que se at...