El día de su octogésimo cumpleaños, Lady L. está sentada junto a uno de los ventanales de su castillo inglés. El velador está lleno de telegramas y de mensajes, muchos de los cuales proceden del palacio de Buckingham. Se daba cuenta de que no era más que una "vieja dama adorable"; sí, después de tantos años perdidos en ser una dama, ahora se veía obligada a ser una vieja dama, por añadidura. "Se n...