Los muros de piedra del Palacio del Rincón parecen de pronto mucho más oscuros y amenazantes. El que hasta hace un minuto era mi hogar ha perdido el alma y el encanto y ahora es un castillo solitario, frío y vacío. Aún tengo el teléfono en la mano temblorosa cuando los ojos se me llenan de lágrimas que no sé cómo gestionar. «El señor ha muerto --susurro--. El señor ha muerto».
Era el 20 de marzo d...