Hubo una vez un programa de radio cuyo influjo fue irresistible.
Un programa cuyo sonido viajaba y se propagaba por el aire hospedando a un jardín de oyentes que estaban unidos por vínculos secretos. Ese programa se llamó Planetario. Lo conducía Alejandro Ferreiro, que cada noche replicaba el atávico ritual de sentarse a escuchar lo que otros tenían para decir.
Por sus micrófonos pasaron figuras ...
Hubo una vez un programa de radio cuyo influjo fue irresistible.
Un programa cuyo sonido viajaba y se propagaba por el aire hospedando a un jardín de oyentes que estaban unidos por vínculos secretos. Ese programa se llamó Planetario. Lo conducía Alejandro Ferreiro, que cada noche replicaba el atávico ritual de sentarse a escuchar lo que otros tenían para decir.
Por sus micrófonos pasaron figuras ...