Ni el amor más grande del mundo, el de una madre, el de un padre, el de los abuelos, o el del maestro o la maestra más implicados, puede garantizar que un niño vaya a ser feliz.
Daríamos lo que fuera por entregarles a nuestros niños la felicidad envuelta como un regalo. Pero eso no es posible, porque la felicidad no nos pertenece.
Que un niño o una niña sean felices depende de su capacidad para co...