En 1939, Richard Feynman, un brillante graduado del MIT, llegó a la oficina de Princeton de John Wheeler para presentarse como su asistente. A pesar de sus diferencias –Wheeler hablaba con voz suave y era un inconformista lleno de ideas descabelladas sobre el universo, y el bullicioso Feynman era un físico cauteloso que creía solo lo que podía probarse– nació entre ellos una amistad y una colabora...