La voz del caballero Agilulfo llegaba metálica desde dentro del yelmo cerrado, como si no fuera una garganta, sino la propia chapa de la armadura la que vibrase. Y es que, en efecto, la armadura estaba hueca, Agilulfo no existía. Sin embargo, con fuerza de voluntad, con convicción, había logrado forjarse una identidad para combatir contra los infieles en el Ejército de Carlomagno, y había consegui...