Una mañana de abril de 2012, Chen Guangcheng emprendió la huida. Llevaba cuatro años de prisión y dos de arresto domiciliario por actuar como «abogado descalzo» —letrado sin título— defendiendo los derechos de los más desfavorecidos. Tardó casi un día entero en salir de su aldea: ciego desde la infancia, Chen había tenido que memorizar el recorrido de su fuga, a través de muros y patios del vecind...