A principios de los años veinte, un estudiante pobre —recién llegado a Santiago desde el sur— trabajaba su primer libro en una modesta pensión de la calle Maruri: "En las tardes, al ponerse el sol, frente al balcón se desarrollaba un espectáculo diario que yo no me perdía por nada del mundo. Era la puesta de sol con grandiosos hacinamientos de colores, repartos de luz, abanicos inmensos de anaranj...