"¿Ahora qué putas hago?", fue lo primero que se preguntó Max Gutiérrez cuando aterrizó en Lima hace más de siete años con el encargo —no confesado por nadie— de convertir a la filial limeña de McCann en una agencia hot, como se llama en el mundo de la publicidad a aquella cuyo brillo creativo es su principal seña de identidad.
Tal pregunta no hubiera sido tan acuciante para un ejecutivo curtido en...