El verano de 1968 fue experimentado por una multitud de jóvenes mexicanos como un despertar a la vida política. Más allá de los desplantes de fuerza iniciales que provocaron las primeras señales de protesta, el objetivo que se buscó fue la apertura democrática en un régimen asfixiante cuyo autoritarismo alcanzó un punto tristemente álgido el 2 de octubre en Tlatelolco.