Jacobo Linares está seguro de que todavía tiene tiempo para inventarse otra vida. A los 52 años, tras pasar casi tres décadas en Europa y olvidar un incidente profesional en el que estuvo involucrado, acepta un trabajo en Santa Isabel, un pueblo en Boyacá, perdido en medio de la nada.
Allí lleva a cabo sus labores con inquebrantable responsabilidad a pesar de que las jornadas poco a poco se ex...