En la recta final del siglo XIX, el papado se encontraba en una situación precaria. En 1870, cuando el nuevo Reino de Italia hizo de Roma su capital, desaparecieron definitivamente los Estados Pontificios y el papa, Pío IX, tuvo que recluirse en el Vaticano abandonando para siempre el Palacio del Quirinal. Desde el Vaticano, como desde una cárcel, el papa contemplaba cómo se desmoronaba su mundo. ...