"Y Agustín miró por primera vez sus manos, sus blancas y diminutas manos de niño. Y se animó a mirar sus piernas, desnudas y pálidas...
Agustín era un niño. Así nomás. De repente, sin aviso ni explicación, la caprichosa alquimia del destino había transformado la vida en vida en el pedregoso crisol de una ensenada."
La mirada de la inocencia es la más sabia, es la única que puede hacer aquellas pre...